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La búsqueda

El recorrido es largo y arduo, 64 kilómetros jungla adentro hacia el norte, por dos largos caminos: Uno parcialmente pavimentado, que atraviesa los poblados de Pejelagarto, Miguel Alemán, Luna, Emiliano Zapata y Don Samuel; y otro más, de terracería, rumbo a San José de la Montaña.

Unos 500 metros antes de llegar a este destino, los “cerros” se asoman al visitante. Justo frente a ellos, corre un arroyo, el Zapotal. Estamos en Taxahá. Ahí, guiados por el profesor López Zapata y habitantes de San José, machete en mano para desbrozar, exploramos el primero.

A una altura cercana a los 18 metros de ascenso complicado, por cuya tierra se notan escalones con raíces elevadas del suelo, se encuentra una abertura de 80 centímetros de ancho, por un metro de alto y otro más de profundidad, aproximadamente. No son rocas desprendidas: Son ladrillos en toda la regla, irregularmente cortadas y ordenadas para edificar un muro.

La construcción es más evidente cuando se contrastan interior y exterior. Adentro, polvo de estuco y caliza erosionados; afuera, piedras apiladas cubiertas de lama. Es el acceso a una cámara al interior de la pirámide, probablemente maya como las que abundan en la región.

Retornamos al camino vecinal. Unos 75 metros más atrás, cruzamos un camino cerrado de follaje denso, hasta la base de la segunda elevación, de unos 25 metros. Esta vez, se aprecian escalones más definidos y amplios, y una estructura nítida de la arquitectura prehispánica.

Una pared cuya parte superior se conserva -en medio del deterioro- mostrando la porción izquierda de un arco falso, recurso característico de casas o accesos en cúspides mayas. Allí son más notorios los ladrillos rectangulares, su colocación piramidal y la amenaza de la naturaleza.

Menos honda que el anterior, este túnel tiene alrededor de 2 metros de alto, por 70 centímetros de ancho y otros 60 de largo, si bien un boquete mayor -de más o menos 3 metros de alto por 1.70 de ancho- revela el daño de expediciones previas. Un nido de avispas disuade al visitante de cavar más para conocer el interior.

Al bajar la escarpada, hay que recorrer otro sendero, más prolongado, cuya flora es tal en cantidad y fronda que desorienta el regreso. 1 ó 2 minutos de recorrido más tarde, un árbol de guacimo, que los campechanos llaman “puxoy” y los cubanos “árbol del ahorcado”, resalta por su estatura.

No es sólo por la medida del tronco. El árbol se sitúa sobre un montículo de tierra apretada, que guarda una estela de piedra caliza de aproximadamente 5 metros de ancho por 3 de grosor y 10 de largo, a medio sepultar, inclinada y, según los pobladores, derribada hace años por un tractor.

Ésta podría resultar una pieza clave si no fuera por su deterioro. En el extremo inferior, un bajorrelieve inscrito con 15 grabados de estilo prehispánico, perfectamente cuadrados, donde se alcanzan a apreciar cerca de 40 puntos muy desgastados de la ortografía maya o náhuatl.

Pese a que la roca se mantiene dentro de una zanja, hasta donde se sabe nadie ha emprendido una excavación para indagar si debajo de la piedra y del árbol, que coincide con las descripciones aportadas por libros como Cuauhtémoc, del historiador indigenista Salvador Toscano, está el sepulcro ignoto el último emperador mexica.

El abandono

Los vestigios se encuentran en un predio cercado con aproximadamente 600 metros de alambre de púas, que pertenece a los herederos de Delfino Oropeza, fallecido hace 5 años, pese que el INAH en Campeche tiene registros de su hallazgo desde abril de 1998.

Según López Zapata, los herederos del señor Oropeza no tienen conocimiento de la eventual relevancia de las ruinas, por lo que no les brindan cuidado necesario. La vigilancia de la zona corre a cargo de la Comisaría Ejidal, con rifles de largo alcance y machetes, pero no es diaria ni cubre todo.

Tampoco el INAH en Campeche ha ordenado una expedición o una limpieza del lugar, por lo menos para corroborar la importancia histórica de los vestigios de Taxahá y Tuxkahá, un área de 150 kilómetros cuadrados y que se relaciona con otras ya halladas, como Calakmul y Edzná.

Además, estudiosos como Sophie Dormelain, de Francia, o Ciprián Florin Ardelean, arqueólogo rumano de la Universidad de Zacatecas, reportan la posibilidad de los vestigios como tumba de Cuauhtémoc, y han recibido de la dependencia federal permiso para trabajar desde 2002.

En 1937, una expedición antropológica patrocinada por la Universidad de Oklahoma, integrada por los estadounidenses Frances V. Scholes, Ralph L. Roys, Eleanor B. Adams y Robert S. Chamberlain, se instaló en Ciudad de Carmen, en el estero del río Candelaria, a orillas de la Laguna de Términos, en Campeche.

Chamberlain y Scholes emprendieron un viaje remontando el afluente, en busca de establecer una geografía definitiva de las últimas provincias mayas. Llegaron hasta Tuxkahá y Taxahá, del cual dejaron registro en investigaciones posteriores y con documentos adicionales, como su libro publicado en 19485.

Desde hace 63 años, por tanto, se tiene el primer registro de estudiosos de las ruinas de San José de la Montaña, el sitio donde probablemente se hallen los restos del último emperador azteca; de su primo, Señor de Tacuba, Tetlenpanquetzal; de los franciscanos Fray Juan de Tecto y Fray Juan de Aora; y de 6 españoles amotinados, desde el 28 de febrero de 1525 según la fecha oficial6.

Pero si funcionarios del INAH en Campeche -entre los que se encuentran científicos especialistas- saben de la existencia de las reliquias en Taxahá y Tuxkahá, ¿Por qué han bloqueado la difusión de las mismas y del sitio en sí? Las respuestas, en la siguiente entrega.

5Los mayas chontales de Acalán Tixchel, de 1948, escrito por los antropólogos estadounidenses France Vinton Scholes y Ralph L. Roys.

6Relación de las Cosas de Yucatán, de 1570, cuyos mapas de Fray Diego de Landa certifican la ubicación del crimen.

I / II / III / IV

*Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982).
Ganador del Primer Concurso Nacional de Ficción Playboy 2008.
Nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010.
Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y en 2010 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro).
Ha publicado su trabajo literario y periodístico
en diversos diarios y revistas locales y nacionales.
En Twitter, trollea desde la cuenta @Acrofobos.
En 2017, publicó su primer libro de relatos Grimorio de los amores imposibles.
En 2018, publicó el segundo: La invención del otoño
.

7 comentarios en “En busca del sepulcro perdido de Cuauhtémoc (2ª parte)

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