La sorda gelidez de la morgue recibió a Mustafá Letelier por la puerta trasera, misma por donde sacaban los cadáveres hacia sus respectivos funerales. Con extremo sigilo, el investigador se acercó a la mesa metálica donde yacía, yerto y agujereado, el cuerpo de Wangari François Embé, emérito astrónomo nacido en Liberia, a quien había conocido en una cena organizada con su mentor para reunir a las mentes más brillantes del mundo colonizado.
El científico negro, según conversaron esa noche, había estudiado en los Estados Unidos, becado e instruido por George Washington Carver en Filadelfia, y regresado a su patria para fundar la Universidad de Monrovia, pero se encontraba en Camerún realizando experimentos de astronomía y astrofísica con especialistas de otras ramas del conocimiento, alguno de ellos citados también en aquella gala intelectual. Lo que más habían compartido, sin duda, era la animadversión al imperialismo europeo que, incluso permitiendo que un par de africanos pudieran codearse con lo más granado del universo investigador, como diría el propio hombre de ciencia:
-Impide que sea todo nuestro continente el que conozca el mundo para el provecho de nuestros pueblos.
Mustafá Letelier contempló por unos instantes solemnes la catadura triste de su colega y amigo. Quizá hubiera preferido no conservar el honor de profanar su humanidad, aun con fines objetivos. Sin embargo, cuando lo despojó de la sábana, observó que el cuerpo desnudo únicamente había recibido la sutura de las puñaladas. Por ley, una víctima de homicidio debe revisarse mediante la necropsia. El investigador soltó una exhalación un tanto reprimida para que no retumbara en el silencio del recinto policíaco. Hizo lo propio con su maletín, poniéndolo en la plataforma inferior de la camilla, y decidió que no era espacio suficiente para una inspección a fondo. Debía él mismo abrirlo y cerciorarse de la tesis que desarrolló desde que lo vio la primera vez en la Rue Nantes.
Empujó las ruedecillas hacia un cuarto contiguo, escribió unas palabras en una hoja de papel que colocó en otra camilla, ocluyó la puertecita de madera de la habitación y procedió, casi con lágrimas en los ojos y un par de guantes en las manos, a averiguar dentro del cuerpo de su respetado camarada la verdad sobre su muerte.
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*Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982).
Ganador del Primer Concurso Nacional de Ficción Playboy 2008.
Nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010.
Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y en 2010 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro).
Ha publicado su trabajo literario y periodístico
en diversos diarios y revistas locales y nacionales.
En Twitter, trollea desde la cuenta @Acrofobos.
En 2017, publicó su primer libro de relatos Grimorio de los amores imposibles.
En 2018, publicó el segundo: La invención del otoño.