¿Dónde quedó mi Primavera (Árabe)?

PRIMAVERA
Plaza Tahrir, El Cairo, Egipto. Varios años después, tras la salida de Mubarak, las mujeres sufren retrocesos en el ejercicio de sus derechos humanos.

He leído todo cuanto pude sobre el tema de moda: el injustificable ataque al semanario Charlie Hebdo, las diversas reacciones en todo el orbe, y los múltiples sesgos y contradicciones surgidos de sus análisis.

He leído a favor y en contra, hechos y teorías conspirativas, a Oriente y a Occidente, a periodistas y no periodistas, a mexicanos y a extranjeros, propuestas y estupideces, lo que se publica y lo que –creo– continuará publicándose.

He leído al Papa afirmar que “la libertad de expresión tiene límites” y a uno que otro mencionar que “se beneficiaron económicamente: Mira que pasar de vender 10 mil a vender 3 millones de ejemplares… Ni Proceso”.

 Nuestra culpa

Es fácil defender la libertad y la democracia en el propio circuito democrático. Su sistema de pesos y contrapesos permite que incluso sus enemigos puedan expresarse libre y abiertamente contra esos valores.

También es sencillo proclamar #YoSoyCharlieHebdo cuando no se arriesga el pellejo o, peor aún, cuando comienza a cundir el miedo y se piensa –se llega a pensar– que “si ya saben cómo son, pa’ qué los cucan”.

Ojalá el Papa no me dé su puñetazo prometido, pero es sencillo, así mismo, emplear el miedo, expresándolo con sangrienta violencia, para disuadir al pensamiento crítico.

Mismo que, aplicado a las religiones y a su herramienta propagandística, el relativismo cultural, no puede sino concluir que se justifica el lado de los agresores y se cae en el juego de culpabilizar a los valores liberales.

O sea, como en la justicia mexicana, de culpar a la víctima.

Pero, ¿Sucede igual en los totalitarismos islámicos? No, sabemos que las mujeres tiene prohibido hasta manejar un auto. Y también, que ha resultado las grandes perdedoras tras las revueltas que iniciaron desde 2011.

Entonces, cuando finalmente sucedió, ¿Qué hicimos, qué hizo Occidente, cómo reaccionamos?

 4 años después

Mahmoud Abbas, presidente de Palestina –que ha logrado para su pueblo un reconocimiento internacional histórico como Estado-, bautizó a los alzamientos claramente populares y seculares, encabezados por mujeres y hombres no mayores de 30 años en 18 países, como la Primavera Árabe.

Todos parecían emocionados. ¿Quién no siente las ganas universales de agitarse? Ganas similares a las de 1968 y casi por las mismas razones: Libertad, democracia, justicia. La juventud en pleno exigiendo renovación total en sus respectivos países, apertura, participación, fiesta.

Pero ni el pueblo ni el gobierno de Occidente pudieron o supieron o quisieron consensar (por poner el punto más barato) el camino y el final de dicha historia.

Hoy, 4 años después, tenemos el mismo cártel Al Qaeda fragmentada en ramificaciones no menos tenebrosas (Boko Haram en Nigeria, Estado Islámico en Siria-Irak-Turquía), 5 monarquías antidemocráticas (Kuwait, Bárein, Arabia Saudita, Omán y Jordania) y varias dictaduras militares (Mauritania, Irán, Argelia), atentados, matanzas, asaltos a escuelas, reivindicaciones territoriales, étnicas y sociales, inestabilidad, más fundamentalismo islámico, todo.

Todo, menos libertad, democracia y justicia para los pueblos árabes sublevados, menos tolerancia y disposición a escuchar a la otra parte, a sacudirnos el etnocentrismo y la islamofobia.

 Los matices

Las reacciones de los gobiernos y los medios occidentales forzosamente registraron matices y desviaciones, porque al final esos pueblos –y los nuestros– no han sufrido modificaciones sustanciales en el andamiaje institucional, leitmotiv de las protestas.

Pero si decidieron deshacerse de aquellos gobiernos “problemáticos” aprovechando la Primavera Árabe, lo hicieron también por intereses de nuestras sociedades.

Sí, nuestra comodidad occidental tiene precio y en ocasiones no sabemos quiénes las pagan, si ellos o nosotros.

Nuestras exigencias de paz y riqueza no son gratuitas y localmente representan votos. A esa dinámica respondieron –y responden- los gobiernos occidentales.

Tenemos, por tanto, en primer lugar, factores económicos: Garantizar el suministro y los precios internacionales del petróleo; asegurar las múltiples inversiones de ida y vuelta; impedir la quiebra bancaria global, etc;

Luego, factores sociales: Contención de la inmigración masiva, ayuda humanitaria, etc.; y, a lo último, políticos: Cambios profundos de régimen, mayor reconocimiento de los derechos humanos, etc.

 La traición

Y tenemos los factores geopolíticos, que se limitan a 2:

*Obtener aliados para guerra contra el terrorismo (Pacto inútil: Los que agresores de París eran argelinos adoctrinados en la Afganistán supuestamente liberada por EU desde 2001, entrenados en Yemen y armados vía Arabia Saudita); y

*Funcionar como lo que en el lenguaje diplomático se llama Estado-tapón: Meterse con ellos es meterse con pesos pesados de arsenal nuclear, así que los dejas en paz.

Por esa razón, tampoco se registró apoyo oficial a las protestas recientes en Hong Kong: Nadie cederá ante la paquidérmica China.

Ni América Latina, que se siente tan de izquierda, buscará perder las multimillonarias inversiones de Beijing en nuestras naciones por un tímido apoyo.

Por eso no se toca a Israel: Sería provocar a Washington. Por eso nadie toca a Siria ni fue a “liberar” a Crimea ni a Ucrania del Este: Sería provocar a Moscú.

Slavoj Žižek apunta bien que el fundamentalismo islámico es el otro lado de la desaparición de la izquierda secular y enumera los errores al considerar que los musulmanes serían incapaces de parir estados organizados, libres y democráticos mediante elecciones libres.

Todo lo cual derivó en “cínicos e hipócritas” cambios cosméticos hacia dentro (Irán, por ejemplo) tolerados desde fuera.

Y esos arreglos secretos de las potencias con los gobiernos árabes en crisis terminaron por germinar semillas de odio a uno y otro lado del presunto choque de civilizaciones.

La islamofobia organizada crece en Europa, en el contexto de unas elecciones que vieron regresar a la derecha a la mayoría del Parlamento continental.

Las ramificaciones fundamentalistas y violentas del Islam también brotan en amplios sectores sociales –incluso inmigrantes en Europa y en América-, que vieron traicionado su intento de mejorar sus pueblos y degenerar sus luchas libertarias en interminables y cruentas guerras civiles.

 De Sidi Bouzid a París

¿Quién exige ahora respeto a los derechos individuales, si no los defendimos, sin prejuicios, allá donde necesitaban nuestra voz?

Que se regresen a su país los extremistas musulmanes si los valores de los infieles les incomodan. Pero no, migran por el paquete completo: Quieren Primer Mundo… con la Sharia por delante.

La falla no es de nuestros valores liberales –que les otorga respeto a sus ideas y cierta prosperidad a sus bolsillos-, es de su necedad intelectual y su fascismo cultural.

Y es igualmente creer que combatirlas -esa necedad y ese fascismo- equivale a una traición a su cultura islámica, menos cuando todavía contamos con el circuito democrático para hacerlo. No, la traición ya ocurre, como expuse antes.

El peor error, en todo caso, como siempre, es el silencio, cualquier tipo de silencio, la represión, la contemporización, la autocensura, el miedo: El silencio para evitar criticarlos a ellos (particularmente sin conocerlos), para elegir mejor a nuestros gobernantes, para defender, corregir y mejorar nuestra muy válida libertad occidental.

*Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982). Ganador del Primer Concurso de Ficción Playboy 2008, nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010. Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y en 2009 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro).
Ha publicado artículos sobre temas variados y relatos de ficción en diversos diarios y revistas locales y nacionales. En sus blogs (Aquí y en El desprendimiento del iceberg) y su Twitter (#AhoraResulta por @Acrofobos) se puede hallar el despliegue de su obra literaria y periodística.