El extraño escándalo de Brittany Maynard

Porque #Nos Faltan43…

Brittany-Maynard
Brittany en 2014. Tiene 29 años y cáncer cerebral en fase terminal. Anuncia su decisión de optar por la eutanasia.
Brittany en 2010. Tiene 26 años y varios sueños por cumplir. Anunciará su futura boda con su novio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jean François Revel sostenía que la izquierda estadounidense, en la década de 1970, había obtenido sus mejores victorias culturales.

Sin embargo, lamentaba que desde esas mismas fechas, fuera degenerando en un catecismo que terminó por resucitar a la derecha –a la más rancia– en los ‘80s.

Por eso, incluso cuando alabo muchas cosas de los Estados Unidos, todavía sorprendo a mis amigos cuando replico que su sociedad siguen siendo eminentemente conservadora.

Sólo ello puede explicar porqué resulta tan escandaloso –allá y aquí- el caso de Brittany Maynard:

Una californiana que cumpliría 30 años dentro de 12 días, diagnosticada a principios de año con un cáncer terminal en el cerebro, que escogió la eutanasia para despedirse de este mundo el 1 de noviembre pasado.

Fue tal la repercusión que, como se consigna en varias notas de prensa, “reabrió el debate sobre la muerte asistida en todo el país”, y añadiría que en todo el continente.

Los mismo medios utilizan el lenguaje relamido, “muerte asistida”, “morir con dignidad”, para nombrar una decisión, juzgándola, que en cualquier democracia liberal sería sólo su decisión.

Quiero decir: Ante todo, gozar las libertades en un régimen democrático comienzan por vivirlas en el propio cuerpo, física y metafísicamente hablando: Conciencia, imagen, sexualidad y reproducción, expresión, formación cultural, etc.

Y más, muchísimo más, cuando ninguno de esos derechos individuales transgrede la única condición para disfrutarlas: Los daños a terceros.

Porque eso de que la eutanasia “daña a los seres queridos por el sufrimiento”, equivale a no dejar morir a nadie por la misma razón.

La historia de Brittany ya es de por sí triste como para discutir la validez de su decisión, que además no es la primera ni la única ni será la última.

Triste, porque a los 29 años, poco más de un año después de casarse, le detectaron glioblastoma, se sometió a una craneotomía y una lobotomía parciales –cirugías invasivas, mortíferas y costosas– y cuando rebrotó el tumor, perdió toda esperanza de procrear un hijo.

¿Cuál en realidad es la relevancia? Sé que se trata del “debate”, pero creo que aún más la resonancia por haber difundido su elección a nivel global.

No sólo fue grabar un video para YouTube, también fue iniciar una fundación –que lleva su nombre– para cabildear en distintos estados de la Unión Americana la legalización de la eutanasia.

Nunca tan abiertamente –su muerte fue posteada en Facebook– una persona expuso su destino final, su lucha en favor de personas más que de causas y su templanza en desafiar, tan joven, tan íntimamente, el mito de la “cultura de vida” y del suyo como otro ejemplo moralizante.

Los familiares, ¿En qué caso no podrían?, apoyaron a Brittany hasta el último aliento, ayudándola a cumplir su Bucket list (Cosas qué hacer antes de morir) y cuando tuvo que mudarse de California a Oregon para recibir la muerte asistida por parte de médicos.

Puede argüirse que en su caso, el cáncer terminal, justificaría la aprobación. Que por eso en muchas partes se ha cedido y se regula la “voluntad anticipada”.

Replico que semejante hipocresía empieza por los eufemismos utilizados y porque sólo en ciertos lugares no se penalizan opciones que, repito, son infinitamente más veniales.

Eutanasia, suicidio (sí, una distinción es posible), consumir enervantes (cigarros, alcohol, drogas), aborto, homosexualidad: Todas esas parecen sofisticaciones frente a escándalos verdaderos, como el homicidio, el crimen organizado coludido con los políticos, la corrupción oficial y social –a derechas e izquierdas-, las desapariciones forzadas, la pobreza, la restricción a consultas populares, los monopolios mediáticos, y un largo e inmenso etcétera.

O sea: Frente a circunstancias que están muy lejos de ser decisión propia y dañan a mucha más gente que ir un médico y pedirle una sobredosis porque una terrible dolencia te carcome por dentro.

Y el Estado menos que nadie tiene porqué restringir las conciencias y la privacidad de sus ciudadanos a los que dice servir y proteger.

Me quedo con la bella postura de Brittany, su testamento digital legado en su Muro: “Morir con dignidad enfrentando mi enfermedad terminal, que se llevó tanto de mí… pero que se hubiera llevado mucho más”.

 *Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982). Ganador del Primer Concurso de Ficción Playboy 2008, nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010.
Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y
en 2009 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro).

Ha publicado artículos sobre temas variados y relatos de ficción en diversos diarios y revistas locales y nacionales. Aquí en su blog, su Twitter (@Acrofobos) y su columna en Facebook (El desprendimiento del iceberg) se puede hallar el despliegue de su obra literaria y periodística.