Otro gabinete / Segunda temporada

Sudoroso pero tranquilo, exploro la terraza sin propósito exacto. El aire me refresca la guayabera y con ella, mi piel; pero me mantiene tenso el ir y venir de rostros nuevos y conocidos, de carcajadas espontáneas y falsas, y de meser@s demasiado disponibles para los negocios. Una me ofrece la enésima copa de tequila, pero opto por un tinto bajacaliforniano; sonreímos por una complicidad inexistente. El periodista en mí está por preguntarle algo, pero extrae de su chaleco una servilleta roja, sonríe y se marcha. Lógicamente, dentro del doblez alguien escribió un recado. “Perfecto: Ya no tengo que moverme más…”.

La marea de invitados especiales, que como yo supuran el calor en esa estancia, se encuentra en bajamar. Mi reloj marca las 12:02 de la noche; pronto, todos se reunirán en el Salón de Gobernadores de la Quinta Grijalva para recibir al Actual después del ceremonial del Grito. Como uno de los pocos estados colindantes con países extranjeros, cada año ofrece en la residencia oficial una cena de gala con el cuerpo diplomático asentado en Villahermosa (Los cónsules centroamericanos, sin falta, y uno que otro embajador caribeño), oculta de los medios por el gasto que semejante fasto, a nombre justamente de la patria, significa para el erario público. Nadie se priva de la vanidad, ni siquiera la supuesta Oposición: Sus diputados, sus alcaldes, sus dirigentes de partido. “Nobleza obliga”, pretextan como cortesanos los que se dicen republicanos. Cuando los vestidos largos, los sacos o las versiones elegantes de ropas tropicales se retiran, en una esquina del balcón permanece inmóvil, alta, obscura y tan esbelta como desde la primavera, la secretaria particular del coordinador de Comunicación Social de la bancada del Partido Liberal en el Congreso del Estado.

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Otro gabinete S1E7

8:39 am

La ingrata presión en las redacciones de los medios me hizo jurar solemnemente que jamás volvería a trabajar durante los fines de semana, feriados, puentes y períodos vacacionales en verano y en diciembre, que sólo este país puede ofrecer.

Reconozco 2 virtudes sin embargo: El inmenso placer que me otorga entrar a cómodas oficinas enteramente a mi disposición, esa sensación de poseer un departamento de lujo provisto de aire acondicionado, cafetera, equipo de cómputo, impresora, cañón de diapositivas y todas las otras herramientas necesarias para el trabajo, Internet, etc., cuyos gastos no absorbo –o en este caso, no por completo-, la misma sensación infantil que uno tiene cuando descubre una enorme bodega abandonada y pasa en ella muchas tardes impunes. Segunda virtud: La ausencia de personal –superior, pero sobre todo, inferior en jerarquía-, de fórmulas sociales, de “desconocidos” compañeros de trabajo que te impiden oír en las bocinas, ¡Por fin!, a Silvio, a James, a Ismael, las mordaces de Perales, las romanticonas de Serrat, a Duke y a Charles y a Miles y a John; o cantar las de Caifanes o las de Nirvana, silbar las de Iron Butterfly o las de Irglova/Hansard; o leer –porque sus ruidos o sus peticiones te estorban– a Moravia, a Akutagawa, a Camus. O sólo tomar un café en silencio con tus tribulaciones y tus memorias. Lo mejor, como fuese, es la ropa holgada, los zapatos tenis, la falta de aliño, la botana a todas horas, el cigarro a ventana abierta que tú prohíbes, todo aquello permisible que pueda compensar sobradamente la hueva dominical…

Hasta que hojeo 2 portadas significativas.

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Otro gabinete S1E5

En la esquina de Paseo Tabasco y la calle de la Quinta Grijalva -la casa del gobernador-, me sumo al agitado espectáculo de consignas trilladas y pancartas manidas que pretenden tumbar una reforma laboral intercambiable. Solamente camino, perdido entre la multitud, a la espera de Tony.

Frente a la catedral, casi todo el contingente se persigna antes de dar la vuelta hacia 27 de Febrero, la avenida que los conducirá a la Plaza de Armas, para abarrotarla y plantarse, los días que fueran necesarios, ante el balcón del Palacio de Gobierno donde ese mismo gobernador les dice cada año «¡Viva México!» y esa misma gente le responde, emocionada, las mismas palabras.

«Pensé que estarías en la oficina», me comenta Tony desde atrás, a una media voz perdida entre las vociferaciones. «O al menos tomado del brazo de Correa». Me freno un poco, lo dejo pasar, me emparejo, lo tomo del brazo y empezamos a andar sobre la banqueta roja. «¿No deberías estar entregando maletines a los líderes?». Nos miramos. Y nos reímos.

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