Mayonesa Dylan’s

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No me voy a hacer el intelectual: Nacido en 1982 y crecido en Villahermosa, mis referencias a Dylan se reducían a Dylan Thomas, un poeta británico que así justificaba mi insomnio: When only the moon rages/ and the lovers lie abed/…labour by singing night/ not for ambition or bread/…but for the common wages/ of their most secret heart (Aunque sí se lo buscaba como guionista y crítico de cine, cuyas reseñas urge rescatar); y mi gusto por Interstellar, dado que los Nolan lo citan muchas veces (Do not go gentle into that good night en la voz de Michael Caine no tiene madre).

Pero Knocking on heaven’s door en la versión de Guns ’N’ Roses –y el solo de piano en R&B– me había interesado como creación literaria a mis 8 añitos. Soy dado a leer los libritos de cada casette, disco y/o CD’s que caen en mis manos: No teniendo el de aquella versión tan próxima, tuvieron que pasar 2 lustros completos para informarme.

En la casa de sus padres, en esa cocina –que ella consideraba el último lugar al que se dedicaría-, preparándonos unos sándwiches, empecé mi rutina sarcástica de “tocar” la superficie de su desayunador gris: “No mames: 2 estrofas y un estribillo y sacaron un arreglo sinfónico”, dije yo. “A mí me fascina más la de Bob Dylan”, respondió.

La miré extrañado: Lo conocía como el “Silvio gringo”, pero ¿Rock, metal? ¿Qué pedo? Tendría que oírlo. Ella confundió mi mirada, para mi buena suerte: “Bueno, es de Dylan, pero la tocó primero”.

En efecto. Curioseando su fonoteca personal –que cuadruplicaba la mía-, hojeé el librito donde se leía “-B. Dylan” como autor: Mamá, pon mis pistolas en el suelo./ Ya no puedo dispararles más./ Ese enorme nubarrón está por bajar./ Me siento como tocando a las puertas del cielo…/ Tocando, tocando, tocando a las puertas del cielo

Me ha permitido entrar en su habitación, buruquear su intimidad, probar su rudimentaria gastronomía, pensé de repente parado a centímetros de su cama de melómana, de poetisa, de fotógrafa, de escritora, de compañera universitaria. Salivé al instante la mayonesa extra que a petición mía embadurnó en mi tentempié.

Jóvenes, dueños de nuestras nobles ideas de izquierda que cambiarán al mundo, sarcásticos y creativos como ninguno en el salón, arrogantes como sólo 2 extraños pueden percibirse cuando se encuentran: Ella a la guitarra, yo al teclado: Fue una ensoñación que vibraba en ese espacio iluminado por la única ventana.

La Era Pre-Google en que vivíamos entonces te obligaba a investigar de a de veras: Robert Allen Zimmerman, un flaco judío del Midwest, era el cantautor más influyente de su tiempo, dentro y fuera de su país y de su estilo (Lo llamaríamos trova acá, allá le dicen Folk); y se había rebautizado, tras muchos pseudónimos, como Bob Dylan.

Justamente, por Dylan Thomas, quien había migrado a los Estados Unidos con un par de soberbios volúmenes de poesía, más o menos por la misma época en que crecía el niño Bobby; volúmenes que éste leerá en su pubertad, le influirán en sus primeras poesías –que no rolas–; y para cuando abandona la universidad dispuesto a entregarse a la composición, a no entrar tan gentilmente en esa buena noche de sus orígenes, ya no puede entrevistar a su autor: Ha muerto embebido -literalmente- de tristeza.

Yo tenía uno de bolsillo del europeo, ella un LP del americano. Comentando y contemplando, descubrimos la historia de ambos Dylan, aquella fascinación generacional.

Previamente, desde un vinil viejo, Joan Baez se desgarra sublime: Well, you burst on the scene,/ already a legend:/ The unwashed phenomenon,/ The original vagabond/…You who are so good with words/ and at keeping things vague/ because I need some of that vagueness now. Ahora sí: El pasado nostálgico de una llamada telefónica resultó profético.

¿Resultaría con nosotros? ¿Quiénes se volverían nuestros Allen Ginsberg, Pete Seeger, Neil Young, Tracy Chapman, Cat Stevens, Nick Cave, Tom Waits, James Taylor?

Nos sentíamos aquella mítica pareja, pero no lo éramos –y no sé ella, pero al menos yo sigo sin serlo– y las cenizas de esa reunión quedaron en un proyecto final de Taller de Grupos. De eso ya hace 14 años y nunca hemos vuelto hablar, menos por teléfono de línea desde una cabina a orillas de la carretera.

Independientemente de los guiños que la Academia Sueca envíe con su galardón (Como hiciera con el de la Paz a Obama en 2009) en año electoral, es un reconocimiento al bagaje de Dylan y de sus contemporáneos, la que obtuvo las mejores victorias culturales de la izquierda juvenil; a la literatura estadounidense, ninguneada por un antiyanquismo romo y atávico (Paul Auster quedará para mejor ocasión como se quedaron Salinger o Keruac); y a la esperanza de miles de jóvenes poetas que, si no con sus acciones políticas, con su talento y originalidad, con su arte y su filosofía, podrán cambiar el mundo (Punto que más burlas suscita por su mayor inverosimilitud).

Los jóvenes que habitan en nuestro interior deberían recitar siempre (Nunca es tarde para un Nobel), a la manera de Poe: My existence led by confusion boats:/ Mutiny from stern to bow./ Ah, but I was so much older then;/ I’m younger than that now…

*Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982).
Ganador del Primer Concurso Nacional de Ficción Playboy 2008.
Nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010.
Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y en 2010 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro).
Ha publicado su trabajo literario y periodístico en diversos diarios y revistas locales y nacionales y actualmente, en su blog
y su cuenta en Twitter (#AhoraResulta por @Acrofobos) se puede hallar el despliegue de su obra.

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