En derredor de la sombra

Las sociedades pequeñas son, por antonomasia, más activas y comunicadas socialmente en busca del bienestar común. Será más sencillo poner de acuerdo a vecinos de un edificio de condominios que a todo un país. Por ello, al ir creciendo, aquellas comunidades practicantes de la democracia y la libertad –y, por tanto, de la política- quedaron atrapadas por la red de complejidad que una población muy diversificada o muy compacta en intereses llega a tejer. Hoy día es sencillo ver cómo colonias de todo tipo organizan ligas deportivas locales pero México se permite la apatía mientras vive atrapada en su propia complejidad.

A

La figura conocida como Política, al ampliarse la población, se desplazó al político. O, mejor dicho, a quien, por una parte, le correspondía el papel de poder; quiero decir, que no dedicándose a otra cosa, se dedicaba a influir en las decisiones públicas, gobernante o no. Y, por otra, a quien estaba interesado en ejercer el oficio de político.

Por mencionar un ejemplo, la política renacentista en Italia la ejercían, del primer caso, el Papa –gobernante- y los Médicis –oficiantes-; y, del segundo, Nicolo Macchiavelo. Ello, repito, porque ni artesanos ni soldados ni artistas se dedicaban a ello ni lo pretendían.

Un milenio atrás, en Grecia, cualquiera ejercía la política. Su pequeñez demográfica originaba una verdadera participación en cada aspecto de la vida pública: Las elecciones, los debates callejeros, el ostracismo de un hombre peligroso con esa manera de participación popular: La democracia. Sí, poder del pueblo, literalmente, que opinaba en el parque, rumbo a la casa, y votaba cualquier iniciativa a mano alzada en los foros del Aerópago.

Congregar a 100 millones de personas en un solo sitio no es imposible. Lo imposible es convergerlos en una decisión sin que, como pasó en otras expansiones, se derrame sangre. Entonces, creemos –por dinámica social- que mejor los políticos resuelvan los problemas y nosotros, de vez en cuando, expresemos nuestra aprobación o reprobación.

No sólo es una problemática material (El expansionismo sucesivo de la población, la ubicación geográfica, la multiplicidad de objetivos e intereses, etc.), sino también antropológica, psicosocial, cultural.

La política es una actividad humana y personal, tanto como leer, cagar o pedir comida. Negarlo equivale a ser analfabeto funcional, estreñido o hambriento.

B

Todas las grandes renovaciones sociales han sido iniciativas ciudadanas que migran a los líderes de grupo, a los políticos “formales”, a los gobernantes, a la ley. Y cada una, subsecuente de la otra: Un día, algunos pidieron derechos iguales para todos contra discriminaciones religiosas; después, contras las raciales, luego, las de nacionalidad, origen, género, orientación sexual.

Lo sigue siendo, desde ámbitos minoritarios –como las redes sociales de internet- o mayoritarios –como las ONG’s-, cuando deciden enarbolar la causa común, como lo articulé al principio. Por supuesto, el mecanismo es mucho muy distinto: Hoy, a causa de las obligaciones cotidianas, “nombramos” a un líder que se ocupe de esas causas, mientras nosotros, pues, cómodamente, vamos a la chamba, o a la casa o al antro.

De ahí, lo natural es legislar una petición ciudadana. También, desde que “la Revolución se institucionalizó”, el dispositivo se vuelve más sofisticado –lo que equivale a “más alienado”- y las exigencias ciudadanas se convirtieron, de facto, en “gestiones”. La burocracia gubernamental disolvió así, individualizando una necesidad, el activismo social. Buena parte de las promesas de campaña que no se cumplen se desmigajan en las oficinas de “Atención Ciudadana”.

La política es también, en tanto humana y personal, una actividad social. Nace de la crítica y la queja, del problema y el conflicto, pero concluye, inequívocamente, a la solución satisfactoria para todos, ni más ni menos. De lo individual a lo social persiste en su motivación y su fuerza.

Cuando se abdica de ese elemento social (Podría mencionar la malograda Primavera Árabe en siria, pero basta con ilustrar al mexicano promedio después de votar), quedan los políticos, los que “saben de estas cosas”, los que canalizarán el provecho de la lucha social.

C

Entre la minoría activísima que puede organizar una fiesta memorable en segundos y la mayoría que puede imponer un gobernante con unos minutos en la calle, se proyecta la sombra del político, encarnación temible al que, además, se le atribuyen dotes de gobierno.

Y ése fue el primerísimo error en sociedades que se ampliaron poblacionalmente. Amén de las exigencias del trabajo y la familia, el embuste divino, primero, e intelectual, después, facilitaron la transición de la capacidad del viandante al del funcionario de Estado.

Para muchas culturas, cualquiera que pudiese expresarse manifestaba sus actividades políticas. Así mismo, un gobernante no era, forzosamente, un político, ya que era escogido mediante procesos democráticos –podría ser, pues, uno de los nuestros-, para dedicarse exclusivamente a la administración pública.

Hacia allá, sin embargo, se evolucionó y tampoco tardaron mucho en compactarse los pasos de esa elección y en fusionarse el papel del funcionario al del gobernante y, pésimamente, al del líder. Concedimos demasiado al dirigente al que pronto vino a sustituir el merolico porque nos daba la facilidad de no distraernos de la vida cercana y al vendedor de sueños, porque nos daba el pan y el circo por todos tan deseado.

Del político únicamente, levemente, conocemos su sombra y eso nos satisface. Su contorno define y separa simpatías y oposiciones, aptitudes y falencias, triunfos y caídas. Sombra proyectada desde la linterna de los medios –los antiguos y los nuevos, tan sesgados como siempre-, de los intelectuales y sus altavoces, sombra que nos permite decidir el futuro de una nación. Sombra ni más ni menos, sombra al fin.

Tan limitada visión ha prevalecido desde los últimos 2 siglos y medio, ya en el amanecer del Estado soberano y democrático.

D

Un paréntesis: Para el excepcional caso mexicano, nunca hubo en realidad una cultura propiamente política.

Se transitó de las sanguinarias teocracias prehispánicas –opresoras u oprimidas- a la no menos teocrática colonización y 3 siglos al que, culturalmente hablando, le debemos todo como mexicanos y le dedicamos apenas un suspiro educativo.

Lo que no podía resultar en otra cosa que en una no menos teocrática insurgencia emancipadora al Primer Imperio, en un encarnizado –por motivos religiosos- conflicto liberal-conservador que nos llevó a las guerras internacionales, al liberalismo breve, a la dictadura, a la Revolución, al PRI, al PAN.

Todo, sin excepción, con su férreo componente centralista, impositivo, represor. Significativo, y algo más, es que un símbolo universal de México sean sus pirámides; y que, muy en el fondo, la mayoría de los mexicanos viva en el suyo. Por tanto, el ejercicio político, desde la sociedad, transformadora, se ignoró, se desactivó, se esterilizó.

Igualmente, desplazamos y vulgarizamos el término. Gracias a la eclosión de la democracia, nueva y titubeante, la política –o más bien, el político o de quienes se dice que la ejercen- se convirtió en el blanco favorito de las sociedad crítica, pero no abierta ni libre.

Semejantes venenos (La negación de la política como humanística, la disolución social de la política y la centralización/desvirtúo de quiénes supuestamente hacen política, los políticos) nos ha conducido al franco desprecio por la política y los políticos.

La base de la pirámide, en suma, se dedica al vituperio en lugar de ascender por las escaleras; mientras, los tlatoanis de la cumbre se fingen heridos de tanto insulto y toman al audaz solitario que pisa los peldaños hacia arriba para sacarle el corazón. Sobra decir que este ciclo infinito va por su cumpleaños número 3, 000.

E

En derredor de la sombra difuminada, que muchos periodistas procuran iluminar en sus pliegues más obscuros, ocupa ahora la preocupación central del ciudadano. No el ciudadano en sí: Sus objetivos e intereses compartidos. Lo permitimos y seguimos en la queja.

Lo ilustro así, en dos tandas. Cuando sucedió el fraude electoral en los comicios presidenciales de 2006, se convocó, en Tabasco –cuyo 68 % de padrón había dado su voto por Andrés Manuel López Obrador-, a tomar una avenida principal y forzar así el “voto por voto, casilla por casilla”. Nadie salió a las calles. Por el contrario –y el hábito persiste- se habló de “secuestro” de la ciudad y una mínima marcha hubiera sido, en vez de apoyada por la democracia de todos, rechazada con rotundos golpes al claxon.

Cuando en junio de 2010 se realizó el alza a las tarifas de taxis –la primera en 15 años-, de 15 pesos en servicio colectivo a cuotas sectorizadas a partir de 25 pesos, la gente tampoco salió a las calles… a tomar un taxi. Filas enteras de transportes varados en sus sitios. La gente boicoteó, sin pretenderlo, lesionada en su bolsillo en medio de la crisis, el alza. Tras 16 días paralizados en un 95 %, los gremios de ruleteros cedieron: Sólo aumentaría la tarifa, de y a cualquier parte de Villahermosa, a 20 pesos.

Se marchó cuando asesinaron a los dos tabasqueños en el retén militar del municipio de Jalpa de Méndez, el 14 de noviembre de 2010. ¿Por qué para exigir mejores servicios, seguridad, educación, salud, vivienda y reformas estructurales no salimos a la calle?

Los remedios están de las enfermedades mismas, según la receta de “los similares se curan con los similares”. La gente debe apoyar toda iniciativa por bien común, promoverlas, organizarlas. Defender así la democracia es la mejor, la más sana y la más segura forma de lograr que permanezca, al igual que sus libertades. No existe el complejo de “no me gusta” o “no hablo” o “no me interesa” la política: Es una discapacidad, irreal, psicológica, una pereza peor respecto al accionar de los “políticos”.

Peor, porque radica en el miedo y permite dañar nuestras vidas mediante el daño general al país. Peor, porque, mientras podamos salir a la calle y expresarnos porque todavía no se produce el golpe de Estado, debemos reconsiderar nuestro papel en la acción social, la única viable, insisto, hacia la libertad.

*Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982). Ganador del Primer Concurso Nacional de Ficción Playboy 2008. Nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010. Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y en 2010 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro). Ha publicado su trabajo literario y periodístico en diversos diarios y revistas locales y nacionales. En su blog y su cuenta en Twitter (#AhoraResulta por @Acrofobos) se puede hallar el despliegue de su obra.

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