En la esquina de Paseo Tabasco y la calle de la Quinta Grijalva -la casa del gobernador-, me sumo al agitado espectáculo de consignas trilladas y pancartas manidas que pretenden tumbar una reforma laboral intercambiable. Solamente camino, perdido entre la multitud, a la espera de Tony.
Frente a la catedral, casi todo el contingente se persigna antes de dar la vuelta hacia 27 de Febrero, la avenida que los conducirá a la Plaza de Armas, para abarrotarla y plantarse, los días que fueran necesarios, ante el balcón del Palacio de Gobierno donde ese mismo gobernador les dice cada año «¡Viva México!» y esa misma gente le responde, emocionada, las mismas palabras.
«Pensé que estarías en la oficina», me comenta Tony desde atrás, a una media voz perdida entre las vociferaciones. «O al menos tomado del brazo de Correa». Me freno un poco, lo dejo pasar, me emparejo, lo tomo del brazo y empezamos a andar sobre la banqueta roja. «¿No deberías estar entregando maletines a los líderes?». Nos miramos. Y nos reímos.