Mi propia vida por Oliver Sacks
Alguna mañana de 2001, el escritor canadiense Howard Engel leyó el periódico local, The Toronto Globe, topándose con una sorpresa: No podía leerlo, porque repentinamente las letras le parecían impresas «en serbo-croata o coreano».
Ésa fue la primera señal de un raro padecimiento neuronal (consecuencia de un leve derrame cerebral) que impide identificar las palabras así: Ver «ratón» y leer «fipum». Un fallo capital en alguien dedicado precisamente al arte de utilizarlas.
Dedicó los meses siguientes en resolver un problema no sólo relacionado con su profesión, sino también con las urgencias cotidianas que impone revisar un contrato, firmar un recibo o sencillamente dejar un recado.
Lo logró mediante algo llamado memoria motriz: Engel prácticó, primero con su dedo al aire y luego con su lengua sobre el paladar y los dientes, los movimientos que simulan escribir cada letra del alfabeto. Arduas semanas de ejercicios fatigosos que le permiten ahora comprender los subtitulos de una película, los nombre de los candidatos en las boletas y, por supuesto, volver a escribir.
Un neurólogo británico afincado en los Estados Unidos prologó aquel nuevo libro, El hombre que olvidó leer, enfocándose en la «plasticidad del cerebro humano para seguir siendo un hombre de letras». El prologuista era Oliver Sacks y el trastorno de Engel -que podría sufrir cualquier persona en apariencia normal- se llama alexia.
Por esta referencia indirecta a mi nombre, la ironia de tratarse de un escritor con semejante dolencia y saber que Sacks es el autor de la novela Despertares -cuya película en que se basó me había inspirado para convertirme en médico-, empecé a buscar más piezas suyas, igualmente fascinantes, entre ellas El hombre que confundió a su esposa con un sombrero.
Pero este científico, más cercano al estimulante humanismo que al frío academicismo, se nos va. En un artículo publicado el pasado 19 de febrero en el The New York Times, no sólo nos cuenta su despedida, sino una última «anécdota clínica»: La suya, la de un ser humano «sentiente» y «pensante» enfrentando al cáncer y a la muerte.
Aquí, lo reproduzco íntegramente y sin autorización del NYT ni de Sacks porque, pues, aparte de que ninguno me pagó por la talacha, no busco fines de lucro.
* * *
«Hace un mes, sentía que gozaba de buena salud, incluso una salud de hierro. A mis 81 años, todavía nado una milla diaria. Pero mi suerte se ha escapado. Hace unas pocas semanas me enteré que tengo múltiples metástasis en el hígado. 9 años atrás descubrí que tenía un raro tumor en el ojo, un melanoma ocular. Aunque al final la radiación y el tratamiento con láser para removerlo me dejaron ciego de ese ojo, sólo en casos muy raros tales tumores hacen metástasis. Yo me cuento entre el desafortunado 2 %.
«Me siento agradecido que se me concedieran 9 años de buena salud y productividad desde aquel diagnóstico original. Pero ahora me encuentro con la muerte cara a cara. El cáncer invade una tercera parte de mi hígado y, aunque su avance quizá sea lento, esta clase en particular no puede detenerse.
«Me corresponde ahora elegir cómo pasar el resto de los meses que me quedan. Tengo que vivir de modo más rico, más profundo y más productivo que pueda. Soy alentado en esto por las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, quien, al enterarse que estaba mortalmente enfermo a la edad de 65 años, escribió una pequeña autobiografía en un solo día de abril de 1776. Lo tituló Mi propia vida.
«‘Calculo ahora en una veloz disolución’, escribió. ‘He sufrido muy poco dolor por mi dolencia; y lo que es más extraño, nunca, no obstante el gran declive de mi persona, he sufrido una disminución de mi espíritu ni por un momento. Poseo el mismo ardor de siempre en el estudio y el mismo regocijo en compañía’.
«Tuve bastante suerte por vivir pasados los 80 años, y los 15 adjudicados más allá de las 3 veintenas y 5 de Hume fueron igualmente ricos en trabajo y amor. En ese tiempo, publiqué 5 libros y completé una autobiografía (más larga que las pocas páginas de Hume) por editarse en esta primavera. Tengo a punto de finalizar varios otros libros .
«Hume prosigue: ‘Soy (…) un hombre de carácter apacible, que controla su mal genio, de un humor abierto, social y alegre, dispuesto al apego pero un poco vulnerable a la hostilidad, y de gran moderación en todas mis pasiones’.
«Aquí me aparto de Hume. Aunque he disfrutado de relaciones y amistades encantadoras, y no tengo enemistades reales, no puedo decir (ni lo diría nadie que me conozca) que soy un hombre de carácter apacible. Por el contrario, soy un hombre de carácter vehemente, de entusiasmos violentos y de una extrema inmoderación en todas mis pasiones.
«Y sin embargo, una línea del ensayo de Hume me parece particularmente cierto: ‘Es difícil’, escribió, ‘estar más distante de la vida de lo que yo lo estoy actualmente’.
«En estos últimos días, soy capaz de ver mi vida como una especie de paisaje desde una gran altura, y con un sentido cada vez más profundo de conexión de todas sus partes. Eso no significa que haya terminado con la vida.
«Por el contrario: Me siento intensamente vivo y quiero -y espero en el tiempo que me reste– estrechar mis amistades, despedirme de aquellos a quienes amo, escribir más, viajar si aún tengo fuerzas y lograr nuevos niveles de entendimiento y perspicacia.
«Lo cual implicará osadía, claridad y franqueza, intentando ajustar mis cuentas con el mundo. Pero habrá también tiempo para algo de diversión (y hasta para algunas estupideces, por qué no).
«Percibo una concentración y un punto de vista repentinamente claros. No hay tiempo para nada superfluo. Debo enfocarme en mí, en mi obra y mis amigos. Ya no veré el noticiero cada noche. No prestaré más atención a las ideas políticas o los argumentos respecto al calentamiento global.
«No será indiferencia, sino distanciamiento. Me preocupo todavía profundamente por el Medio Oriente, el calentamiento global, la creciente desigualdad, pero ya no son asuntos míos: Pertenecen al futuro. Me regocijo cuando conozco a jóvenes dotados –aun el que me realizó la biopsia y diagnosticó mi metástasis-, pues considero que el futuro está en buenas manos.
«Durante los últimos 10 años más o menos, he sido cada vez más consciente de los fallecimientos entre mis coetáneos. Mi generación va de salida y sufro cada muerte como un desprendimiento que desgarrara una parte de mí. No habrá nadie como nosotros cuando hayamos partido, pero es que no hay nadie que sea igual a los demás. Nunca. Las personas, cuando mueren, no pueden ser reemplazadas. Dejan huecos que no pueden rellenarse porque el destino -destino genético y neuronal- de cada ser humano es existir como un individuo único, para encontrar su propio sendero, vivir su propia vida, morir su propia muerte.
«No puedo fingir que no tengo miedo. Pero mi sentimiento predominante es la gratitud. Amé y he sido amado. Me dieron mucho y algo he dado a cambio. He leído y viajado y pensado y escrito. Sostuve una relación con el mundo, el trato especial de escritores y lectores.
«Por encima de todo, fui un ser sentiente, un animal pensante en este hermoso planeta y eso ha sido en sí mismo un privilegio y una aventura enormes.
© Alejandro Pérez-García, sobre la traducción del texto original publicado.
*Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982). Ganador del Primer Concurso de Ficción Playboy 2008, nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010. Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y en 2009 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro).
Ha publicado artículos sobre temas variados y relatos de ficción en diversos diarios y revistas locales y nacionales. En sus blogs (Aquí y en El desprendimiento del iceberg) y su Twitter (#AhoraResulta por @Acrofobos) se puede hallar el despliegue de su obra literaria y periodística.