Hacia el silencio
(Nuevos fragmentos)

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Noviembre 5, 2007. Av. Lamberto Castellanos (Conocida como Arboledas), 4 días después de colapsados la laguna Del Negro y el río Grijalva. Nótese la luminaria todavía prendida, a la derecha de la imagen. En algunos sectores inundados no se cortó la energía eléctrica… y siguen diciendo que no hubo muertos.

 Última parte

Mientras ocluía la reja del apartamento, Meme exclamó “Mira, ahí está el ‘Sáquese’”, con una sorpresa cercana al espanto, que me obligó a buscar lo peor con la vista. En uno de los balcones, se encontraba este perro callejero, conocido por la forma en que lo corrían de todos lados, que subió los 28 escalones que lo separaban del desamparo de no tener dueño. Una vecina del piso superior lo mantenía atado al barandal, para que no se fuera, supongo, y le improvisó un plato de comida con sobras de ayer. Temblaba, menos por el frío que por el pánico transparente con el que nos miraba, sin percatarse que al menos ya sería la mascota de alguien durante cerca de dos semanas y media.

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Las noticias a las 7:35 de la mañana progresaban como la información fidedigna lo señalaba: Sólo el Malecón sostenía con alfileres de arena el caudal del Grijalva y el primer cuadro de la ciudad permanecía sin evacuar; los primeros albergues –las naves del Parque Tabasco, ubicado a menos de 100 metros del desbordado río Carrizal, las escuelas de colonias a punto de naufragar, hogares que ya levantaban también las cosas de sus damnificados- fallaban a medida que la anegación se multiplicaba; y la gran sorpresa: La Laguna de La Majagua creció hasta aislar a Gaviotas Sur cortando el puente Grijalva III, su única salida ya, y devorar las instalaciones de una universidad privada, un hipermercado; un complejo comercial con cines; un fraccionamiento de interés alto, hasta que topó con el Periférico Carlos Pellicer, llevando a pique la colonia Guayabal, con su parque y su gasolinera –que en esos momentos abastecía con raciones de 5 litros por cliente a decenas de compradores de pánico-, y donde se encuentran las oficinas centrales de la Secretaría de Seguridad Pública, la subsecretaría de Tránsito y Vialidad, ambas estatales, así como de la Policía Estatal de Caminos. De paso, cosas de la constitucional planeación para el desarrollo, los cuarteles generales y campos de entrenamiento del Colegio de Policía y Tránsito y del Cuerpo de Bomberos. Ello debió ser una pista que la catástrofe apenas mostraba su verdadera categoría, no sólo por la zona que se llenó de agua -impensable hasta ese jueves-, aumentando sin remedio el caos, sino porque además nos quedábamos sin el personal capacitado para paliarlo al menos.

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El primer temor fue el hálito frío del agua entrando por las escaleras. Meme se quedó encerrada los 31 días de la contingencia en 1999; esa misma catástrofe, yo pasé 10 entre organizar despensas, suministrar vacunas y rellenar costales de arena. Confrontando nuestras experiencias, a sabiendas que ese marco de referencia –el mismo de todos los habitantes de Tabasco– se hallaba ya más que hecho trizas, le indiqué cómo y por dónde nos conduciríamos para llegar seguros. “Ay, mamá, el agua está helada”, dijo. “Creéme, por ahora preocúpate de la corriente. Si pisas mal, te llevará por el peso”, contesté. Nos fue difícil admitir que el nivel del agua nos llegaba, a mí al abdomen, a ella al pecho, y que deberíamos sortear al afluente crecido, incluso en algunas partes, de puntitas. Caminábamos como en gravedad cero, inseguros de la pisada siguiente, de encontrar más tierra firme o resbalar en el lodo reciente, de hallar un anfibio o un pez cuyo simple roce por las corrientes submarinas paralizaba de terror por el riesgo de una mordida o de un piquete venenoso. Era la hora en que mucha gente optó por escapar, temprano pero con retraso. A ellos también el Grijalva los arrastraba, junto al sedimento de la laguna, la basura de las calles y los cuerpos sin vida, vegetales y animales, logrando una apariencia de posol fétido irreversiblemente disuelto en mi cerebro.

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Noviembre 17, 2007. Av. Gregorio Méndez Magaña. Todavía se aprecia la altura máxima de las cicatrices del agua…

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Los militares que sucumbieron al río regresaron al Batallón para un merecido descanso luego de 48 horas de vano esfuerzo, alistando las vehículos y los enseres para el desastre siguiente: La superviviencia a la destrucción. En vivo y en directo, de frontera a frontera y de costa a costa, las televisoras aumentaron su rating mostrando una porción de Tabasco sumegiéndose cada vez más en su propio miedo, en su propia necedad de aceptar la verdad. Para el resto de México, nuestra población se ahogaba sin remedio y no se escatimaría recurso alguno con el fin de salvarnos; la sociedad se sensibilizó y respondió con generosidad. Pero, así como los soldados regresaban ya sin más qué hacer en los verdes camiones de redilas, saludando apenas con sus gorras a la gente que contemplaba las luces reflejadas en la mojada superficie de la tragedia, así mis paisanos dejaron transcurrir la madrugada más larga de sus vidas, sin ningún otro sobresalto que los sacara de su alucinación, sucumbidos a la tangible pesadilla y alistando sus almas para lo que no estaban preparados: La solidaridad del pueblo, repartida por la ineptitud de su gobierno en medio de la soledad de su abandono.

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Sorteando este infeccioso peligro, subimos a la tercera planta, donde se ubica la casa de Meme. Doña Susana y Don Herman daban sus primeros pasos a la incertidumbre retirándose, topándose con nosotros en el umbral de la puerta principal. Mi suegra y yo cruzamos miradas, reconociendo las mutuas culpas, ella de no irse a tiempo, yo de no convencerla más, hasta que enfundada en sus botas acabó apurándonos como si no nos diéramos cuenta de lo que sucedía en derredor. Tras ponerse un pantalón y las botas de pescador que había comprado el miércoles 31, Meme observó a su mamá por la ventana del departamento durante su complicada fuga sobre el agua, casi llorando, pues mi mujer tampoco había abandonado su hogar nunca. La abracé, conmovido, nervioso, no teniendo idea de qué hablarle para aliviarla; me contestó con su voz triste y apagada sobre mi pecho: “Vámonos ya, Alex; se nos va a hacer tarde”. Ya lo era, pero con el corazón apachurrado al acariciar su piel erizada por la gélida brisa del miedo, no me atreví a contrariarla.

 © Derechos reservados. Alejandro Pérez-García. 2007-2014.

*Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982). Ganador del Primer Concurso de Ficción Playboy 2008, nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010. Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y en 2009 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro).
Ha publicado artículos sobre temas variados y relatos de ficción en diversos diarios y revistas locales y nacionales. Aquí en su blog, su Twitter (
@Acrofobos) y su columna en Facebook (El desprendimiento del iceberg) se puede hallar el despliegue de su obra literaria y periodística.

Hacia el silencio
(Fragmentos)

(Noviembre 1, 2007) Hace siglos, cuando ni siquiera existía la palabra ‘selfie’…

Primera parte

Esa mañana me desperté algo incómodo por el susurro monocorde de una televisión encendida a lo lejos sintonizada en el Canal 7, la televisora del gobierno estatal. Meme ya no se encontraba junto a mí, pero su voz me llegaba nítida por entre las voces temerosas de los locutores de noticias y sus pasos descalzos rechinaban sobre mi cabeza y el azulejo helado del departamento de su hermana, donde habíamos pernoctado. La llovizna seguía, pero estaba por cesar, y chocaba crujiente sobre la corriente unificada de la Laguna del Negro y el río Grijalva, a sólo dos pisos abajo de la cama.

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Todo salió a flote, desde las camas y los roperos hasta la verdadera calidad moral y ética de muchos involucrados. Los primeros abusos, ante la paranoia general de las tiendas vaciadas sistemáticamente por compras de pánico previas y de un eventual aislamiento que impidiera el reaprovisionamiento, se reportaron esa misma mañana: Un garrafón de agua, uno solo, alcanzó los 80 pesos; una reja de entre 20 y 25 huevos –si es que no se habían acabado- llegó a los 100 pesos; el kilo de cualquiera de las pocas carnes que se podía conseguir (Con los mercados y autoservicios saqueados por compradores y el Rastro paralizado) rozó los 90 pesos; el empaque de un litro de leche llegó a los 35 pesos. Los precios inverosímiles llegaron a las etiquetas del arroz, el frijol, el maíz, las tortillas, las frutas, las verduras, el pan, segundos antes de desaparecer de las estanterías. Los supermercados de autoservicio, a lo más que llegaron, fue a destacar un medio pelotón de soldados para que no se desbordara la desesperación. Respetaron los precios y no le impidieron el paso a nadie, pues resultaba más sencillo que se desengañaran viendo por sí mismos los anaqueles –y únicamente eso-, que convencerlos en la puerta de que no había nada de nada, en un contexto donde cundía el descrédito total.

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Meme entró finalizando la llamada en su teléfono celular y mirándome con la misma somnolencia con que yo la estaba mirando a ella: “Mi mamá se va con don Herman”. Y completó con la frase que estaba esperando desde hacía una semana: “Yo me voy contigo, así que apúrate para que ya salgamos”. Nos miramos y nos abrazamos, yo sintiendo su evidente miedo estrenado por la contingencia que la obligaba a dejar su casa por primera vez, ella quizá sintiendo mi miedo renovado ante la posibilidad de no poder atravesar la inundación por intentarlo demasiado tarde.

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Mientras el comercio formal concedió –mitad por emergencia, mitad por privación de mercancías- el resto de la jornada libre a sus empleados, los medianos y pequeños negocios, así como los informales, se mantuvieron incólumes pero nerviosos hasta que oficiales del Ejército desalojaron a punta de gritos y amagos con armas varios locales abiertos y sus clientelas. A José de la Cruz, un parroquiano tardío de una taquería en contraesquina del Parque Juárez, le tocó recibir su orden de 8 al pastor con el agua dentro de sus zapatos, porque entonces algunos propietarios se negaban a perder esos pesos, valiosísimos para el futuro, pero también porque nunca cortaron la energía eléctrica sino cuando ya fue muy tarde. Le tocó también que se los envolvieran para llevar porque sería trasladado a su casa en un camión militar de redilas.

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Sin desayunar ni despertarnos del todo, empacamos la ropa, mía y de su familia, que ella había lavado anoche en bolsas de plástico y nos vestimos con la intención de sacrificar nuestros atuendos. Todavía pasaríamos por su casa para dejar este equipaje provisional y sólo se veían los edificios de los multifamiliares del FOVISSSTE flotar sobre un espejo gris, que alfombraba ya los andadores y donde Meme vio a una mujer partida por la mitad cargando alimento para perros; de dónde obtuvo el saco, hasta la fecha lo desconocemos. La apremié con el argumento de que si no desalojábamos ahora, más tarde sería imposible, sobre todo por la carga que llevábamos. Así que yo me calcé el pantalón con que llegué la víspera para quedarme a dormir a su lado, cargando mi mochila y mi improvisada maleta blanca, mientras ella decidió caminar en un short corto, para no enlodar nada más que sus sandalias, cargando a su vez su mochila y su parte de la lavandería. Entonces sólo nos paralizó el repentino corte de energía eléctrica. Aseguramos puertas y ventanas y sellamos pasos de agua y de gas, dejando un silencio que se quebrará hasta el sábado 17, cuando volvimos para limpiarlo.

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Sin embargo, los grandes sobrevivientes fueron precisamente los negocios de comercio ambulante. A la hora de la verdad, mientras negocios con razón social propio se encontraban cerrados, sabiendo que los inmuebles y las mercancías sufrirían daños costosos e irreparables, el ambulantaje sólo esperó a que los militares comenzaran la evacuación por la fuerza para meter su mercaduría en cajones de cartón y plegar sus metálicos biombos cuadriculados para cargar con todo encima en diablitos y no volver hasta que bajaran las aguas, como en efecto así sucedió, aunque 38 días después habrían de ser excluidos del carnaval de ventas de Navidad y Año Nuevo, porque los empresarios unidos amenazaron con despedir a mil de sus trabajadores –en algunos casos, toda su plantilla laboral- si el comercio informal volvía a colocarse en sus banquetas.

© Derechos reservados. Alejandro Pérez-García. 2007-2014

*Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982). Ganador del Primer Concurso de Ficción Playboy 2008, nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010. Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y en 2009 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro).
Ha publicado artículos sobre temas variados y relatos de ficción en diversos diarios y revistas locales y nacionales. Aquí en su blog, su Twitter (
@Acrofobos) y su columna en Facebook (El desprendimiento del iceberg) se puede hallar el despliegue de su obra literaria y periodística.

Las evocaciones del éxodo: Jenny and The Mexicats

 

Queridos Jenny, Pantera, David e Icho:

CARTA BHe escuchado, de ida y vuelta, los 43 minutos y medio de su segundo álbum Ome, para luego escribirles y felicitarlos por lo mismo que otros les reprocharán: Por preservarse, que no es igual a repetirse.

Si no lo mencioné antes, aprovecho: Son el primer meme (gen cultural) de la música latinoamericana en el siglo XXI.

Me explico: No son Herb Alpert en Fandango, el disco que le produjo el gran compositor Juan Carlos Calderón; no son Fiorella Mannoia “jazzeando” trova cubana en Piccola serenata diurna; no son la salsa de la académica y japonesa Orquesta de la luz; ni el gran destello nacional llamado Espuma y Terciopelo.

Tampoco son “una banda bilingüe con estilos de 2 continentes” al que los confinan sus propias notas de producción. Cantar en un idioma ajeno al natural ya lo hace el crossover latino (Shakira desde acá y Laura Pausini desde allá, por poner 2 ejemplos) y ejecutar unos instrumentos y unos acordes no los hace por sí solos “pluriculturales”.

A partir del resultado de sus propias confluencias personales y artísticas, concentran un pedazo de cosmovisión musical muy nutrido de sus propios gustos –y quizá esto es lo más significativo-, muy original pero, sobre todo, aludiendo a su primera canción, muy frenético en sus expresiones.

Sus raíces, el fondo que los une a sus orígenes y entre ustedes después de tantas migraciones, se reflejan en esos gustos y se han injertado en el intercambio de generaciones, de géneros y de preferencias hasta los frutos que se disfrutan a varios niveles:

Las piezas de Jenny en solitario, lo más R&B, aún Soul del disco, traen oleadas de quejío (En este momento) y de Reggae (Me and my man) y refrescan el concepto de intimista (Head in muy heart), de viaje por la nostalgia, por los idiomas y por el erotismo (On the hill y su fraseo Bebop, Back to basics y su capella susurrada), desde la perspectiva de una mujer.

Está la rondalla y el bolero chicano tipo Los Lobos en No dejes de quererme, el sentido social y Air Supply en Boulevard, el coro circense de balalaika en Frenético ritmo, el Caribe sincopado en I will go, La Bamba en el contrabajo inicial de Sasha y Esteban, la necesidad de vagabundear –o parar de hacerlo– en Duele al caminar.

Incluso su contribución a la antología versionada sobre ABBA, Dancing queen, se eleva excepcionalmente a lo que pretendió ser: Voules-vouz es, más que imitación, un auténtico homenaje que suena al Miami Sound Machine y a los grupos de disco mexicano de los 70’s y 80’s.

Sonidos de una escena así: En un salón de clases, unos chavos se juntan espontáneamente para un toquín; de repente, alguien se le ocurre un acorde sin relación pero que agrada, por el chiste y por el recuerdo. Espontaneidad al servicio del jamming al servicio de la improvisación.

Evocaciones vibrantes, ineludibles, de sus respectivos éxodos -geográficos y melódicos- por América y Europa.

Las comparaciones son odiosas, pero necesarias y en su caso sólo existe la referencia de su trabajo anterior: Perdieron aquella línea metalera-electrónica (The song for the UV House Mouse, Anthem song) derivando a algo más acústico aunque se extraña, tanto como el acento británico –más perceptible por oírse más cockney–, la sordina de Flor y el poderoso requinto de Pantera en Even it out, que haría las delicias de ese otro insólito meme cultural llamado Manuel M. Ponce: Tan imposible como un Chet Baker, un blanco interpretando jazz con una trompeta, es un mexicano componiendo bulerías sinfónicas en su Concierto del Sur (1941).

(Por cierto, banda, olvidaron que ya vivimos en una aldea global: Circulan por Internet sus originales de I wil go y Even it out , de sus tiempos en el tablao madrileño, y debo decir que, en comparación a lo hecho aquí, son otras pérdidas para este disco).

Algunos arreglos –recalco: arreglos, no canciones- suenan forzados (Boulevard, Sasha y Esteban, Labios y el tramo rockabilly de On the hill), en 2 aspectos: “Miren, esto va a ser una cumbia, esto una rumba, y las pondremos aquí”, y “al público, lo que pida”.

Sin olvidar que esto es un negocio (Su Me voy a ir como jingle de un comercial de refresco), al respecto mejor consigno las palabras de Enrique Bunbury al despedirse de Gustavo Cerati, a propósito de lo que compartieron: “La incomprensión y tozudez de parte del público que preferían repitiésemos esquemas pasados o fórmulas que nos otorgaron el éxito global”.

Ome destila una exquisitez sencilla, altamente reposada y poética, con letras profundamente genuinas, ingeniosas y arriesgadas: ¿Es válido producir una canción dedicada a las mascotas? Claro: Además de que el “alma niña” es la más creativa, ésas son las preguntas que, en estos días en estas latitudes, ya no se formulan, ¡Y qué bueno!

Sólo lamento informarles la mala noticia: Su brillo, como el de las estrellas más refulgentes, sólo se distinguirá al paso del tiempo, al erosionarse las modas y las etiquetas que quieren compartimentarlos en “alternativos”, al descubrir que lo suyo es verdadero arte musical.

Justo igual que con los memes culturales: Cuando la mayoría se esté peleando por conseguir sus primeros discos –el anterior y éste-, yo seguiré tronando mis dedos frente al reproductor “analógico” de CD’s mientras los gozo una y otra vez.

 ATTE

 Alejandro

 P.D.: ¡Qué grata revelación fueron las acuarelas de Pantera -físicas o digitales, no lo sé todavía- para el arte de su álbum, por el concepto y por la paleta de colores!

P.D. 2: No pretendo ser otro “Gabo-hablando-de-Shakira” ni otro desquiciado Mexifan: Sólo es una carta honesta, inspirada en su talento, de un melómano algo enterado.

 *Escritor y periodista mexicano (Villahermosa, 1982). Ganador del Primer Concurso de Ficción Playboy 2008, nominado al Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010. Reconocido por la UJAT en 2002 (Premio Universitario de Ensayo sobre Benito Juárez) y en 2009 (Premio de Cuento de la Feria Universitaria del Libro).
Ha publicado artículos sobre temas variados y relatos de ficción en diversos diarios y revistas locales y nacionales. Aquí en su blog, su Twitter (
@Acrofobos) y su columna en Facebook (El desprendimiento del iceberg) se puede hallar el despliegue de su obra literaria y periodística.