Cuatro ángulos perversos

De cómo tuve que sufrir las consecuencias de ser un chamaco de 19 años cuando presencié lo que, honestamente, no era guerra ni terrorismo, sino el inicio del siglo XXI y tal vez el fin del Imperio. Aunque me duela.
 
Bajé las escaleras más inquieto que de costumbre porque era martes de hueva y sólo las fotocopias me separaban de empezar a contar chistes en el salón de clases. Hubo, creo yo, dos desventajas entonces: Era bastante conciente y el localito de las fotocopias tenía televisión.
La estridencia ya tenía bastante, a lo mejor era parte del plan. CNN allá y López-Dóriga aquí -algo desaliñado por haber sido despertado de prisa- colocaron una cámara al nivel 78 de la torre que, según ambos noticieros, se estaba incendiando. Ja, ja, ja: Todo es posible, menos un ataque.
"Tres juegos", el dije al encargado, me coloqué en el vano de la puerta para poder fumar y ver la tele al mismo tiempo, vi salir a Krloz del Ángel a la cafetería o al baño, la velocidad de su prisa fue muy vaga y no me dejó certeza alguna. Y ya.
No seré dramático: No "hubo un silencio escalofriante y momentáneo, como si…", no, para nada: El encargado vio un instante el choque pero seguía usando sus manos para emparejar el legajo de papeles copiados sobre el mostrador. El cliente aspiró aire entre dientes y musitó "Chingue su madre". Obvio, la máquina de fotocopiado continuó su ruido, sus haces de luz, su ajetreo mecánico incólume tanto al hecho como al trasfondo que yo ya estaba elucubrando en mi cabecita de radical imberbe.
Naturalmente, un instante al increíble fotograma del evento y posteriormente, las elucubraciones, como ya he escrito y que no se detienen hasta la fecha, pelé los ojos tras mis anteojos, me eché la fumada más profunda que yo recuerde y grité en voz baja "¡No mames!".
Claro que no era inexplicable ni el suceso ni las disgregaciones. Krloz del Ángel, adiestrado en las artes de la desesperación, se puso al lado mío, también fumando y me dijo: "No mames". (Sí ya sé, parece contraseña, pero no). "Esto es guerra", pensamos, pero él se atrevió a mencionarlo, pese a las miradas de pánico del encargado y del cliente, atentos ahora a nuestra pequeña charla política.
Ahora que lo pienso, la horda de radicales que presenció el momento pensamos en guerra, habida cuenta de la clase de respuesta hiperbólica que suele dar Washington a sus problemas. Pero jamás pensamos que fuera a cundir un desprecio total por las libertades individuales en aras de la paz, la libertad y la democracia, fue la instauración del miedo en favor de los valores más trasnochados, más obsoletos.
Un ejemplo simple: Aquel 11 de septiembre de 2001 pudimos HELL, que se nos unió en las escaleras cuando ya subíamos de regreso, Lobo, que también logró verlo en la tele de la cafetería, com Krloz, éste y yo, platicar sobre el tema del día (¿De la semana, del mes, del año, del lustro, de la década, del siglo?) acabándonos, de nervios, de reflexión, también con algo de miedo, cigarros tras cigarros; hoy, cinco años después, la simple mención genera algo similar al asco; ver a un fumador, reprobación social; y el colmo: Mis compañeros universitarios en Comunicación declararon "libre de humo" ese mismo edificio que me vio, sin problemas, debatir, discordar, deshebrar el temblor del planeta. Es frustrante ver que esos mismos promotores de la salud permitieron que una alumna legítimamente electa por su sociedad de alumnos fuera destituida por el machismo del Comité Directivo Estudiantil Universitario.
Pero, a ver. El punto es si esas libertades, si co existir en un mundo árabe no es precisamente el ángulo más tétrico de mi relato. Apenas dos segundos después de la escena televisiva-informativa más memorable de todos los tiempos cruzara por mi mirada, no sabía nada más que decirle al encargado "¿Y mis copias?", para apurarlo. Nada, ni si eran árabes, ni si el gobierno prefabricó el asunto, ni tenía más monedas para las copias y no tener que cambiar el billete que traía. La repetición fue más frecuente y altisonante que un gol de final de Copa del Mundo de Futbol. Entonces quién era yo, otro gaznápido soperútano testigo impotente de más de tres mil desaparaciones (con o sin cuerpos recuperados) en un atentado espectacular por cuento puedo cimbrar nuestras conciencias.
Al final, no puedo creer que se puedan justificar, el ataque y las muertes, con la soflama de las "cuentas pendientes de la política exterior del Imperio". Entonces, culpemos a millones de mexicanos dolidos por los atentados de 1848, cuando perdimos la mitad del país. Eran civiles, como tu y yo y, honestamente, los horrores de un gobierno no debemos pagarlos nosotros. Ello, claro, para los que ya tomaron partido desde antes de esa mañana neoyorquina cínicamente desbaratada, no justifica a la Casa Blanca.
En ese pasillo de la universidad, en mi salón de clases, con mis profes, en mi casa, de las múltiples formas que lo supieron, concluimos una cosa que el tiempo fue capaz de demostrarnos: El miedo inauguró una etapa de censura increíble, a todos los niveles, en todos los lugares. El cigarro es una, los valores es otra. Los que murieron, felices de la vida de discrepancia que lograron vivir antes que sus violentos decesos transformaran las nuestras. Ojalá esas torres nunca hubieran estado en el camino de esos aviones y hubieran ido a dar lejos, muy lejos, hasta donde EU sufriera sin hacernos sufrir al resto del orbe.